martes, 5 de mayo de 2009

EVITA ESTE TIPO DE CANCER


Es increíble la cantidad de gente que pide oración por tumores malignos que sufren niños y adultos, hombres y mujeres. Es como si la enfermedad se extendiera cada vez más, como siguiendo un invisible hilo conductor que va anudando a toda la humanidad. Sin embargo pocos piden oración por tumores del alma, tumores espirituales, que también se derraman sobre el mundo como una catarata de lodo que enturbia y oscurece, ahoga y mata.


Alguien me dijo una vez que es preferible tener un cáncer en el cuerpo, y no en el alma. Para mucha gente ésta frase sonará extraña, porque se conoce muy bien el cáncer de la carne, sin embargo es bastante desconocido el cáncer espiritual, en sus alcances y consecuencias. Nuestra pobre alma, a pesar de que nuestro cuerpo goce de vida plena, puede estar muerta, muerta a la Gracia. Por eso es que una confesión bien hecha o conversión, es siempre el milagro más grande, porque es simplemente una resurrección de nuestra alma, una vuelta a la vida de Gracia. Como nuestro cuerpo tiene vida, también nuestra alma la tiene, cuerpo y alma no pueden ser vistos por separado. Así se ve a muchas gentes que caminan y viven, pero sin embargo tienen el alma vacía, mortecina. Los cánceres espirituales han ido ahogando a esas almas, hasta quitarles toda vida, toda luz y mirada espiritual. Gente que vive una vida vacía, sin Dios, sin un pensamiento o movimiento hacia el deseo de amarlo, de reconocerlo, de agradarle, de conocer y hacer Su Voluntad. No hay peor necio que aquel que vive en constante pecado mortal. Se preocupa de su salud y de sus ingresos, de su prestigio social o profesional, de sus amistades, de su novia o su esposa, pero vive y duerme con el alma manchada como si no pudiese morir ese día o esa noche y ser condenado eternamente. Pobre necio -no se puede ser más- que no alcanza a entender el riesgo ETERNO que corre. ¿De qué le sirve todo lo demás si llegara a perder a Dios por toda la eternidad? Pero con pasmosa inconciencia deja la confesión y la conversión de su vida para después. ¿Habrá luego tiempo para ello? ¿Quién se lo garantiza?.


El alma, igual que el cuerpo, debe ser alimentada con cuidado, y cuidada en forma diaria. Si al cuerpo se le da comida chatarra por bastante tiempo, se enferma. Igual con el alma, sólo que la comida chatarra en este caso es lo que muchas veces se ve en televisión, lo que se lee cuando las lecturas son malas, lo que se aprende teniendo malas amistades. Si el cuerpo aspira humo de marihuana u otro tóxico, enferma en sus pulmones. Si el alma respira el humo de satanás, pierde la capacidad de respirar el aire puro que trae el soplo del Espíritu Santo. Tumores que responden al propio descuido del hombre, a su falta de amor por su cuerpo, y su alma.

Cuando el cáncer ataca el cuerpo, y el alma está viva y rozagante en la Gracia del Señor, se produce una unión con Dios en la seguridad del destino de gozo que esa alma tiene. La persona sufre miedos, dolores y tristezas humanas, pero una alegría espiritual envuelve su alma, en la visión anticipada del desposorio espiritual que se avecina. Cuando el cáncer ataca el alma, y el cuerpo está vivo y rozagante, es poco lo que se nota a nivel humano. Sin embargo, esa persona está en peligro mortal, sujeta al riesgo supremo de que su cuerpo muera con su alma en ese estado, sin haber resucitado antes del tránsito ¡Difícil imaginar una situación más desesperante! Si, desesperante, porque esta alma no tiene esperanza, no se ha abierto a la Gracia, Gracia que proviene de una buena confesión y comunión, que garantizan la promesa del Reino, si se mantiene el alma sin pecado, más allá de las desventuras humanas que le toquen vivir.

Y finalmente, cuando el cáncer ataca cuerpo y alma a la vez, la persona se enoja con la vida, con Dios, con quienes la rodean. Por supuesto, si no hay esperanza, sólo queda la desesperación. Hay que dar ayuda a estas almas, para sanar el cáncer del cuerpo, pero fundamentalmente el del alma, recordándoles la inmensa dicha que tarde o temprano, les espera si son fieles a Cristo. Que en el dolor y la enfermedad la persona reconozca y recupere a Dios. Si el alma resucita, y la persona vuelve a sonreírle, a llorar, a pedirle a Dios, a recobrar su Gracia y a mantenerse en la obediencia y el amor a su Creador, podrá pasar cualquier cosa al cuerpo, pero el alma estará salvada para toda la eternidad.

Cuando veo esas publicidades donde se muestran fiestas en las que todos beben, todos fuman, todos se adormecen con música que atonta, no puedo dejar de pensar que nos tratan de vender un mundo de almas muertas. Veo la imagen de cuerpos vacíos, que se mueven y hablan, pero están vacíos espiritualmente. Estos cánceres espirituales son invisibles a los ojos humanos, como muchos tumores malignos del cuerpo también lo son. Hace falta buen diagnóstico para reconocerlos, a tiempo, y proceder a la terapia que intente una cura. Pero, irremediablemente, sin una cura efectiva ambos conducen a la muerte.

Mientras tanto, los cristianos tenemos la vacuna contra el cáncer espiritual guardada en nuestra casa, y no la damos a los enfermos ¡Tenemos la cura y no la compartimos con los demás! Para hacer las cosas más ridículas aún, ni siquiera usamos la vacuna en nosotros mismos. Nos estamos muriendo y la tenemos guardada allí, sin que nadie la utilice. Muchas veces tenemos ante nuestros ojos a nuestros propios hijos muriéndose de cáncer del alma, y ni siquiera movemos un dedo para darles la medicina. Somos tan necios, que pese a haber sido educados como médicos del alma, discípulos del Medico Salvador, no ejercemos la profesión de la que fuimos investidos en el Bautismo. Otros, muchos por desgracia, no llevan a quienes padecen el cáncer del cuerpo a la solución verdadera y eficaz: la de eliminarles lo que de cáncer pudiera tener su alma, se contentan con atacar el cáncer del cuerpo sin pensar en el alma de quien más necesitado(a) está de ayuda espiritual y de un sacerdote que lo(a) reconcilie con Dios y lo(a) haga recuperar esa paz del alma, y curiosamente actúan así por una falsa y malentendida prudencia. ¡Es triste y doloroso ver cuánto nos preocupamos por remediar los males del cuerpo y cuánto tememos aplicar la medicina para el alma, como si al enfermo no le fuera más urgente y necesaria!

Está claro que es preferible un cáncer del cuerpo, que no mata el alma, y no un cáncer espiritual, que trae acarreada la muerte eterna. Un cáncer del cuerpo puede ser, en cambio, la puerta a la resurrección del alma. La medicina está a nuestro alcance: es la Palabra de Dios, Palabra de Amor que envuelve a todo el universo, que resucita y da vida, vida eterna, Palabra que dice a los sacerdotes, por indignos que éstos puedan llegar a ser: Todo lo que perdonares en la tierra, será perdonado en el Cielo. Dios dejó los instrumentos de su Gracia: la confesión y los demás sacramentos, a nosotros nos toca decidir nuestro destino eterno. De nosotros depende utilizarlos o no. Aceptarlos y mantener nuestra alma sin pecado o rechazarlos, rechazando, asimismo, la morada que Dios nos ha preparado. No tenemos el tiempo comprado; éste podría ser un último llamado y una última oportunidad de conversión mediante la contrición perfecta y la Penitencia sacramental. No sabemos que tiempo nos queda: ¿años?, ¿meses?, ¿días?, ¿horas?, ¡sólo Dios sabe! Él derrama su misericordia y está ansioso de que la aprovechemos, pues Dios es Amor y quiere entregarte ese Amor por toda una eternidad y quiere ser tu consuelo antes de ella, porque, entonces, cuando entres a la Vida Verdadera, te dirá: “Ven siervo(a) fiel, que ya cumpliste. Entra al gozo de tu Señor”.
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Fuente: Catholic.net

1 comentario:

  1. En verdad, evitemos este tipo de cáncer.
    Rosaura Hernández

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