domingo, 28 de marzo de 2010

CONTEMPLANDO A CRISTO CRUCIFICADO


Contemplemos a Cristo Crucificado en el Madero Triunfal, para el hombre de fe, y que es escándalo y locura para el hombre que no le reconoce como su Dueño y Señor. Es allí en la Cruz donde el Verbo Encarnado nos abrió de par en par las puertas del Cielo, pero a esas puertas no se llega fácilmente sino que hay que realizar el mismo camino de Cristo, hay que seguirlo hasta el extremo, hay que subir al Gólgota y crucificarnos con Él. Para ello en su infinita misericordia nos ha dado una Cruz a cada uno de nosotros, en efecto «cada hombre tiene su cruz con peso y medida, ¿y quién da el peso de esa cruz?. Tenemos que remontarnos al tratado de la Divina Providencia en donde "el más sabio y el más bueno de los Padres", pone con justeza el peso y la medida de cada cruz para cada uno de aquellos que nacen sobre esta tierra, que han nacido y que nacerán; porque bien decía San Agustín "que la cruz es la nueva barca de Noé que nos va a conducir a las orillas eternas" No hay otra: la cruz. Por eso cada hombre tiene una cruz, es una cruz, esa cruz que quiso llevar el Señor hasta el Calvario " porque nos amó primero -dice Juan- y entregó su vida por nosotros"».

Éste es, queridos hermanos, el tiempo propicio para contemplar nuestra cruz unida a la Cruz de Cristo. Nuestro sufrimiento solo encuentra sentido en Cristo, pero en Cristo Crucificado. Es el tiempo propicio para meditar sobre nuestra cruz, que nuestro Padre nos da en miras a nuestra Salvación. Su misericordia y Bondad no nos permite pensar que nuestras fuerzas no pueden llevarla, porque Él sabe mejor que nadie cual es nuestro límite, por eso la da en el justo peso y medida, ni más, ni menos de lo que nuestras fuerzas pueden cargar.

Pero el Padre Bueno sabe de nuestras debilidades y flaquezas, por eso mando a su Hijo para que haciéndose en todo, menos en el pecado, igual a nosotros portara sobre sus hombros el sufrimiento de todos los hombres que han de nacer en la historia. Pero nos pide el gran esfuerzo de llevar nuestra cruz, que a veces parece imposible de cargar y hay momentos de dolores inmensos en que nuestras fuerzas se agotan, allí está la Iglesia que el Hijo Amado ha dejado para acercarnos la Gracia de los Sacramentos, de las fuerzas inmensas que ellos nos dan, y por si fuera poco junto a nosotros está la Madre de Dios como lo estuvo al pie de la Cruz de Cristo.

No es fácil, pero el Padre Bueno nos da los medios y las Gracias para poder caminar junto a Cristo y arribar con El al Puerto de la Salvación. Ciertamente la única manera de Salvarnos es asociando nuestra cruz a la Cruz de Cristo Salvador. Pero la aceptación de nuestra Cruz no puede ser una aceptación egoísta, esto es en vistas de nuestra Salvación, sino que debe ser perfecta como la de Cristo; y entonces ha de ser de Sacrificio, de entrega por los demás, nuestra cruz debe encontrar un sentido, un ofrecimiento y entonces el yugo del dolor, la subida al monte Calvario se hace más liviana, más dócil, más suave.

¿Y para qué la ofrezco?...

Para tantas cosas, amigo mío: por tu familia, por la conversión de los cercanos: padres, hijos, hermanos, tíos, primos, amigos, vecinos, compañeros de trabajo; por la conversión de los que no conocemos: hay tantas almas que necesitan conocer y amar a Cristo, tantos que tienen sed de su amor y no pueden por la dureza de su corazón, nuestro sacrificio puede ayudar a que se ablande; nuestra Patria en ruinas necesita del sacrificio de sus hijos; nuestros enemigos, aquellos que nos ofenden. Que gran sentido tiene imitar al Maestro ofreciendo nuestro dolor por ellos: "Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen". Ofrece tu cruz por la Iglesia, por las vocaciones sacerdotales y por la santidad de los sacerdotes, tan necesaria en nuestros días y a la vez tan ausente.

Solo así, querido amigo, nuestra cruz encuentra sentido, sólo unida a la Cruz Redentora del Señor, pues ella en el monte Gólgota atrae hacia sí todas las cruces de los hombres y las une en un único Sacrificio, ése que contemplamos en el Viernes Santo. Que esta Semana Santa nos sirva para contemplar y asumir nuestra cruz unida a la única y verdadera Esperanza la Cruz de Cristo, sólo de esta manera podremos vivir la Pascua de Resurrección plenamente.

Éste es nuestro deseo para el corazón de cada uno de nuestros lectores: una cristiana Semana Santa y una feliz Pascua de Resurrección.

Autor: Padre Carlos Lojoya
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1 comentario:

  1. No me mueve, mi Dios, para quererte
    el cielo que me tienes prometido,
    ni me mueve el infierno tan temido
    para dejar por eso de ofenderte.

    Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
    clavado en una cruz y escarnecido,
    muéveme ver tu cuerpo tan herido,
    muévenme tus afrentas y tu muerte.

    Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
    que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
    y aunque no hubiera infierno, te temiera.

    No me tienes que dar porque te quiera,
    pues aunque lo que espero no esperara,
    lo mismo que te quiero te quisiera.

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